jueves, 15 de septiembre de 2011

Aprendamos a reforzar nuestra autoestima

La autoestima no se alimenta con los supuestos triunfos en el mundo exterior, sino que es una experiencia que se gesta en el interior ser. Estamos más acostumbrados a buscar la motivación externa que la interna, ya que desde chicos nos educaron con sistemas de premios y castigos: que alguien nos premie, que nos reconozcan o que nos aumenten el sueldo. En cambio, la motivación interna no depende de nadie más que de uno mismo.


La autoestima es la evaluación que hacemos de nosotros, incluidos nuestros pensamientos, conductas y sentimientos. En ella se incluye el “autoconcepto”, o sea las opiniones e ideas formadas por nosotros mismos, como por ejemplo cuando nos definimos como risueños o serios, introvertidos o extrovertidos. Damos información, que a veces es acertada y otras no. Y también está presente la “autoimagen”, que es la representación mental que hacemos de nosotros mismos (ojos lindos, orejas grandes). Si la distancia entre la imagen que tenemos de nuestra persona y la imagen ideal que queremos alcanzar es muy grande, nuestro equilibrio se resentirá.

La autoestima es la base sobre la que se establece la “personalidad social”. La manera de vivir en el mundo, de cómo nos vemos y de esperar que los demás se comporten como nosotros deseamos nos lleva a desarrollar una posición expectante, siempre a la espera que otros satisfagan nuestras necesidades. Si logramos cambiar estas creencias, produciremos cambios en nuestras acciones.

La autoestima se construye a través de la mirada y la palabra de los otros. La manera de interpretar los hechos está teñida por nuestra historia, nuestro pasado, y por las experiencias que hemos ido sumando a lo largo de nuestra vida. Nacemos llenos de confianza, sin miedos, con disposición a realizar cualquier aprendizaje. Sin embargo, a medida que crecemos podemos recibir comentarios negativos acerca de nosotros mismos: “¡Qué tonto sos!”, “¡No sos tan bueno para los números!”, “¡¿Por qué sos tan egoísta?!”.

Estos comentarios pueden provenir primero de los padres, luego en la escolaridad -los maestros- y finalmente de los pares en la adolescencia. Si los comentarios de los padres son descalificadores, el niño comenzará a internalizar que es alguien que no tiene valor; en cambio, si recibe palabras de aliento y motivación, sentirá que es valioso y merecedor de amor. Esta imagen interna es uno de los mayores determinantes de la confianza duradera, del éxito y de la felicidad. Es uno de los pilares fundamentales de una buena autoestima que nos permitirá enfrentar los desafíos básicos de la existencia.

Los niveles de autoestima no permanecen siempre iguales, sino que sufren fluctuaciones ligados a nuestros estados psicológicos y a las circunstancias de la vida que diariamente nos pone a prueba.

Una buena autoestima nos permite hacer frente a las situaciones de nuestra vida personal o laboral, y nos ayuda a recuperarnos de nuestras caídas con mayor rapidez y más energía para volver a intentarlo con menos sufrimiento. Por el contrario, un déficit de autoestima nos lleva a buscar amparo en lo que ya conocemos y nos resulta fácil. Se elige permanecer en el mismo lugar, donde no se es feliz pero se está cómodo.

¿Cómo reforzarla?

La autoestima se refuerza teniendo en cuenta los siguientes criterios:

- Cada individuo es un ser único e irrepetible. Si entendemos ésta singularidad dejaremos de compararnos con otros.
-  A través del autoconocimiento aprenderemos a reconocer nuestros talentos y a usarlos.
-  Identificaremos las distorsiones en nuestras creencias, que nos impiden ir en búsqueda de un cambio.
- Aprenderemos a reconocer nuestros propios deseos y necesidades.
- Cuando se mejora la autoestima de una persona todos los resultados en la vida se potencian.

Por: Lic. Claudia Erlich.

Fuente: Infobae.com

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